Por Denisse Herrera
9.
¿Qué tendrán las noches que me dan esa sensación de valentía?
Siento que nada me puede derrotar, me siento invencible. Me hacen creer que todo es una buena idea y que nada podría salir mal.
El mundo me pertenece en la oscuridad, no como bajo la luz del sol, cuando lo tengo que compartir con millones de desconocidos.
Nadie me observa, nadie me acompaña.
Hasta mi propia sombra se desvanece.
Las estrellas igual duermen y la luna deja de alumbrar mi camino.
Las noches son limbos en mi vida.
Donde estoy pero no existo.
Donde grito pero de mi boca no sale ningún sonido. Es mi mundo secreto que la gente puede ver
pero no conoce. Me pierdo en él a propósito cada oscuridad.
Excepto cuando la luna está completamente redonda. Esas noches, banalmente, prefiero solo subir a la azotea y recostarme.
Pongo una toalla en el piso y en completa desnudez, me baño en la luz de la luna y me lleno de polvo de estrellas.
10.
Hay unos puntos negros en el techo blanco.
¿Cómo llegaron ahí?
¿Cuánto tiempo llevarán ahí?
Llevo viviendo ya en este departamento dos años.
Durmiendo en el mismo cuarto, bajo el mismo techo. Hoy era uno de esos días en los que estuve vacío y desconsolado. Me acosté a mirar el techo justo después de haber subido a la azotea a fumarme un cigarrillo y beberme una... bueno, dos copas de vino.
Me había sentado en la esquina viendo hacia abajo. Vivo en el octavo y último piso del edificio.
En el punto medio.
Donde los carros se ven tan pequeños que no podrías entrar en uno pero tan grandes como para ser de juguete.
Las personas se ven tan chicas como para medir un metro setenta, pero tan grandes como para simular ser insectos.
Llevo dos años subiendo a este mismo techo, sentándome en esta misma esquina.
Llevo dos años pensando en saltar.
He llegado a pararme en la orilla, balanceándome. Sintiéndome con tanta ligereza que hasta el viento me mueve. Siempre termino haciéndome para atrás con una sensación de mareo y vértigo.
16.
Hoy no amaneció.
Hoy no salió el sol.
9 de la mañana y la oscuridad sigue bailando en la calle.
Nadie parece notarlo.
No actúan diferente.
No hay ni un mínimo cambio en su rutina. Por mi ventana veo a las personas ir de un lado a otro ignorando la ausencia del sol.
No se detienen a ver las estrellas y pensar que no deberían de estar ahí. Su turno había terminado. Sin embargo, pareciera que quisieran hacer horas extra.
Me estiro lo más que puedo y arranco un pedazo de luna, me lo como.
Tenía que encontrar algo para reemplazar la luz del día.
Al menos mi interior ya está iluminado.
Cierro las cortinas por pura costumbre.
No hay luz que mantener fuera, pero sí a todos esos muertos vivientes que se mueven solamente por instinto.
65.
El joven aún riendo siguió su camino volteándome a ver una última vez.
Su felicidad había actuado como su escudo.
Todos mis ataques rebotaron golpeándome a mí. Entrando en mí.
Destruyéndome a mí.
A mí, que no tenía escudo.
Las personas se empezaron a alejar, no sin antes dejarme una mirada de lastima y desaprobación.
Me quedé inmóvil a la mitad de la calle.
El eco de esa risa resonaba en mis oídos.
Intenté dañar a alguien.
Pero a final de cuentas la única persona para la que represento una verdadera amenaza es a mí.
Intenté dañar a alguien.
Pero terminé dañándome a mí.
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