De Aurora Pérez Miguel
Existen momentos en los que suelo sentirme sola, pero hay días en los que el clima frío y húmedo no ayuda y sólo me dejo llevar por la melancolía. Ayer fue un día de esos, en donde intento agarrarme de algo para no soltarme a llorar. Entonces recordé, que mi abuela decía, que el chocolate nos hacía recordar nuestro propósito en la vida, y decidí prepararme un poco de cacao endulzado con piloncillo y canela.
Mil pensamientos surgían entre cada sorbo, me encontraba ahí, sentada en el sillón, deseando claridad; así que hice una oración rogando por un poco de amor y compasión. Entre el llanto y la emoción, me quedé dormida.
Tuve un sueño un poco extraño pero lleno de significados y amor:
Caminaba por las tierras de mi abue en Oaxaca, en ese clima semiárido con vegetación tan diversa alrededor. Recuerdo que me dirigía al pozo para tomar un poco de agua, por ese camino que marcaron los pies de mis ancestros en cada recorrido por el mismo líquido; en el trayecto me encontré a Paño, un perrito negro que era de mi abuelito.
Por un momento, pude observar la cantidad de magueyes a mi alrededor y pensar que, de una sola planta, se puede obtener alimento, bebida y vestido, me maravillé de algo que siempre había estado a la vista y no había notado.
Caminé entre cactus, biznagas y nopales hasta que me sentí cansada, además de abrumada por mis pensamientos, y decidí sentarme en una piedra mientras Paño hacía lo mismo a mis pies. Contemplaba el entorno sorprendida de la vegetación: cada árbol, pasto, piedra, e incluso aquellas plantas silvestres, que suelen pasar desapercibidas, era una postal tan bella de un paisaje árido en donde cada elemento cumplía una función o simplemente existía.
Decidí continuar mi camino, sentía que faltaba poco y afortunadamente así era; moría de sed, me acerqué a una roca que acumulaba agua y recordé que, de niña, me gustaba jugar ahí. Tomé entre mis manos un poco de agua para beberla y otro poco para lavar mi rostro. Cuando me vi reflejada en el agua, me observé cargando a un niño y, alrededor, todo paisaje. Me asusté y di un salto hacia atrás.
Esa imagen me abrumaba porque constantemente cuestiono la maternidad. Todos desean que sea madre, pero yo no estoy segura de quererlo. Hay quienes lo mencionan como mi fin principal y yo me pregunto: ¿acaso valgo menos por no ser madre?, ¿es el fin último de una mujer procrear?
Suspiré muy fuerte y tomé un poco de valor para volver a mirar el reflejo. Me detuve a observar y me di cuenta que todo es lo que es; que así como había observado la belleza del paisaje, había otros elementos que también existen, que son poco valorados y que también pueden ser juzgados; pero que todos, por el hecho de existir, crean armonía y caos porque la vida así es.
Observé a una madre dadora de frutos, es decir la madre tierra, y me di cuenta de que todas las personas, así como ella, podemos otorgar frutos de diferentes formas. Entonces pude ver que el niño que estaba entre mis manos tenía un tercer ojo; comprendí que mi intuición también genera frutos, que mi ser produce y da vida en diversas formas, que no soy la mujer seca y hueca qué me han hecho creer, que tengo muchas cosas para dar, no necesariamente hijos. Supe que también puedo abrazar con amor sin forzosamente ser madre.
Ese momento fue especial porque después de mucho tiempo pude ser amable conmigo y mis pensamientos, sentí como si una fuerza poderosa me abrazara, algo parecido a tener a todas las mujeres de mi familia abrazando mi sentir, sanando el sentimiento de la maternidad.
Sonó el celular y desperté. No alcance a contestar. Tomé unos momentos para asimilar lo que había pasado y me di cuenta que había tenido respuesta a mi plegaria.
Tal vez aún no sepa cual es mi propósito en la vida, pero ahora sé que soy una mujer creadora y puedo decidir qué otorgar.
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